A diferencia de María Pía López y de Eduardo Grüner, no me “molesta” el concepto de ‘batalla cultural’. Más bien estoy convencida de que debe llevarse a cabo y de que las actuales condiciones de la Argentina constituyen el contexto propicio para librarla. Ante la insoslayable explosión del paradigma en Europa y en Estados Unidos, pretender que la categoría de ‘batalla cultural’ menta apenas un conflicto entre kichneristas y antikichneristas impresiona como un abuso de reduccionismo, al menos si no se da cuenta de las significaciones profundas que encarnan unos y otros. La batalla no es hacia dentro, es hacia fuera.
En Suramérica sabemos - por experiencia - que el modo de constituirnos como sujeto, como protagonistas de nuestra propia historia, es luchar por la liberación. ¿De qué nos tenemos que liberar? De la amenaza constante del Imperio sobre nuestras naciones. Múltiples son los recursos que éste implementa para preservar su dominio y satisfacer sus intereses, pero el más eficaz de todos es borrarnos la identidad desmantelando nuestra cultura y nuestra simbólica. Excluir a las mayorías, dispersarnos, desintegrarnos como pueblo ha sido el correlato necesario de las feroces transacciones financieras en el modelo de la globalización impuesta por el Neoliberalismo durante la ‘década infame’ de los ’90 en la que fuimos arrasados por la dictadura de la economía transformada en implacable semiocracia.
La idea de ‘batalla cultural’ implica superar el estado de colonia, asumir nuestra particularidad, hacernos cargo de nuestras identificaciones, rescatar y revitalizar nuestros símbolos. Es cierto que para hacerlo - y aquí coincido con María Pía López – de ningún modo podemos prescindir de Borges (considerarlo extranjerizante es no haberlo leído nunca); de David Viñas (¿La obsesión de Cuerpo a cuerpo, por dar tan sólo un ejemplo, no es acaso la Argentina?); de Rozitchner (León, por supuesto… A él le pertenece la mejor respuesta que se ha dado por estos lares contra ese engendro neoliberal de Francis Fukuyama: ¿El fin de la historia?).
Finalmente, la metáforas bélicas tal vez no sean las más acertadas, pero la “paz” de los sometidos es infinitamente peor. Tanto, como aceptar con gesto “civilizado”, en nombre de un falso democratismo, el discurso henchido de amenazas de los que intentan retrotraernos a la década del noventa. Y al nefasto 2001.
La batalla cultural
ResponderEliminarA diferencia de María Pía López y de Eduardo Grüner, no me “molesta” el concepto de ‘batalla cultural’. Más bien estoy convencida de que debe llevarse a cabo y de que las actuales condiciones de la Argentina constituyen el contexto propicio para librarla.
Ante la insoslayable explosión del paradigma en Europa y en Estados Unidos, pretender que la categoría de ‘batalla cultural’ menta apenas un conflicto entre kichneristas y antikichneristas impresiona como un abuso de reduccionismo, al menos si no se da cuenta de las significaciones profundas que encarnan unos y otros. La batalla no es hacia dentro, es hacia fuera.
En Suramérica sabemos - por experiencia - que el modo de constituirnos como sujeto, como protagonistas de nuestra propia historia, es luchar por la liberación. ¿De qué nos tenemos que liberar? De la amenaza constante del Imperio sobre nuestras naciones. Múltiples son los recursos que éste implementa para preservar su dominio y satisfacer sus intereses, pero el más eficaz de todos es borrarnos la identidad desmantelando nuestra cultura y nuestra simbólica. Excluir a las mayorías, dispersarnos, desintegrarnos como pueblo ha sido el correlato necesario de las feroces transacciones financieras en el modelo de la globalización impuesta por el Neoliberalismo durante la ‘década infame’ de los ’90 en la que fuimos arrasados por la dictadura de la economía transformada en implacable semiocracia.
La idea de ‘batalla cultural’ implica superar el estado de colonia, asumir nuestra particularidad, hacernos cargo de nuestras identificaciones, rescatar y revitalizar nuestros símbolos.
Es cierto que para hacerlo - y aquí coincido con María Pía López – de ningún modo podemos prescindir de Borges (considerarlo extranjerizante es no haberlo leído nunca); de David Viñas (¿La obsesión de Cuerpo a cuerpo, por dar tan sólo un ejemplo, no es acaso la Argentina?); de Rozitchner (León, por supuesto… A él le pertenece la mejor respuesta que se ha dado por estos lares contra ese engendro neoliberal de Francis Fukuyama: ¿El fin de la historia?).
Finalmente, la metáforas bélicas tal vez no sean las más acertadas, pero la “paz” de los sometidos es infinitamente peor. Tanto, como aceptar con gesto “civilizado”, en nombre de un falso democratismo, el discurso henchido de amenazas de los que intentan retrotraernos a la década del noventa. Y al nefasto 2001.
La respuesta de marta es muy estimulante para seguir pensando,leyendo,debatiendo,escuchando,militando.....
ResponderEliminarsalutes!!!!!!!!