Teatro Cervantes. Posiblemente una intervención de efectos artísticos acordes con el lugar. El mismo teatro se convierte en el escenario de una instalación: se instalan las palabras dichas por Marcelo, a partir de ahora “el hombre”, un “el” tan “él” como el “el” de Cristina, ese Néstor sin nombre que se funde a la gente y da vueltas como custodia de su obra, descentrado de sí mismo, hecho sombra: “¡Fuerza juez!” y el teatro cambia repentinamente su sentido propio. El público mira hacia otro lado que no son las tablas, las plateas cambian su disposición, el foco se transforma. Esas palabras, sencillas palabras que no hacen más que reiterar los “Fuerza” que signan la época, el momento fecundo de la política. Esas palabras subvierten todo el espacio, lo transforma. Dichas en el momento justo, con precisión de tiempista, esas palabras “ en timing”, efectúan la operación estética fundante en la que tratamos de abrevar, apelación sensible de una militancia descentrada que no va al lugar en donde se la espera, derrama lo impensado sobre sus efectos y transforma la realidad, y la repiensa - como en esta breve nota - horas a posteriori. Elaboración y de repentización; ficha que cae y que da cuenta de que ese puede nombrarse como nuestro acto iniciático de intervención política-pública. Ovación. ¡¡¡Ya vehiculizamos una ovación con dos palabras!!! ¡¡¡Y ni siquiera lo pudimos planear!!! Solo a posteriori, dándole talla de acontecimiento.
Es la militancia que pierde su centro para recuperarlo de otro modo, para dejarlo vacío y colocarnos a un costado, espectadores extrañados de nuestra propia obra, y sin relamernos engolosinados. Dejemos que resuenen esas palabras como han resonado, amplificadas por su propio eco y sin artificios mediáticos, y llegan hasta aquí, hasta mis dedos que teclean rápidos, desesperados por tratar de no perder la iluminación de un descubrimiento.
José Luis
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